//Hacer Música, hacer Cine

Hacer Música, hacer Cine

La razón de la pausa.

Una tarde reunido para un futuro trabajo, un cineasta connotado me estaba describiendo su película, el cine, el arte y la música, “una inspiración encarnada en el misterio de un lenguaje universal de otra dimensión”, cuando en un giro emprendedor, declara a Dios como origen de la música y las notas como sus palabras.

Ya de pie y en modo Elmer Gantry, describe la maravilla de como el creador va iluminando a unos pocos con la dicha de ser músicos, para conectar con la obra que Dios va entregando a uno pocos elegidos. Entonces se arquea en rictus nosferatico y me espeta con convicción: “Entonces… ¿Por que tendrías que cobrarme por algo que viene de Dios?”.

Me preguntan a menudo por que no he estado en las películas últimamente, y no es así. He participado en muchos emprendimientos estos últimos años, pero con experiencias desconcertantes, como para dejar corto de paciencia hasta al mas motivado con el cine nacional. Y es que uno no puede dejar de entusiasmarse con una historia, abogar con pasión e incluso asumir sacrificios por una película que crees valiosa; pero finalmente el muro contra el que chocas resulta formidable, cuando confirmas que estas peleando solo pues, en definitiva, la integridad artística de la obra y de los realizadores se evapora rápidamente en el camino, ante el pánico de asegurar a ultima hora ser comercial.

En general, los buenos directores y productores valoran la música y la integran a su entrega como parte de su lenguaje y estilo, conscientes de su poder e influencia. El compositor es un colaborador en quien confiar, con una perspectiva fresca, profunda, sinérgica, que potencia la narrativa y levanta el resultado visual a nuevos niveles que el espectador disfruta como una genuina experiencia cinematográfica, una que agradece y recuerda por mucho tiempo.

Cuesta encontrar un director comprometido con quien entablar esta relación de confianza Director-Compositor, y es que  muchos realizadores actúan a la defensiva con respecto a la música, como si la música delatara una supuesta ineficacia en la dirección: “si necesita música es porque hice algo mal”. Algunos te dicen derechamente “mi película no necesita música”, desde el prejuicio o como una postura estética, y claro, es valido mantener al espectador a cierta distancia de la pantalla y del drama, para que la experiencia sea objetiva y racional, siempre que asumas que esa frialdad resultante sea precisamente lo que el publico y la critica van a alabar o resentir de la obra.

En la esquina opuesta, están los realizadores que optan por extremar la intensidad, subrayando insistentes lo que se ve en cada escena para asegurarse que cumpla con su efecto planificado. En este caso las “emociones” son frecuentes, pero también impuestas, y por lo mismo, superficiales y efímeras. Cuando le das oportunidad al espectador dándole espacio (y de paso un poco más de respeto), la audiencia puede construir sus propias emociones, relacionando la historia con su propia experiencia de vida y emocionarse desde adentro. Y entonces entra la música, para confirmar y sellar esa conexión personal y al mismo tiempo universal; no remedando lo que se ve o escucha en pantalla, sino proponiendo algo nuevo, complementario y poderoso, acercando la pantalla al espectador hasta hacerlo parte de lo que esta sucediendo. Y como todos somos diferentes, posiblemente cada espectador reaccione un poco diferente, con una emoción distinta, pero autentica, propia, mas profunda y duradera, por digamos, toda la vida. Esas películas que te acuerdas años después, y cada vez con una marea de emoción.

A eso debería aspirar una película, a construir en el espectador una experiencia inolvidable. Y por lo general, ahí es donde estuvo la música.

Lamentablemente la música en Chile se valora en forma marginal, se le considera mas como requisito que como una colaboración. Y sobre compositores, digamos un nombre no tan desconocido, ojala dócil, rápido, que copie razonablemente las referencias, que no pretenda hacer arte y definitivamente, que sea el mas barato. E incluso ese ultimo punto pasa a ser irrelevante pues tampoco pensaron en pagar por ella, con la esperanza de que alguien mas lo hará. Hay muchos músicos deseosos de “entrar” en el cine, los realizadores lo saben, ven ese entusiasmo, lo nutren y lo usan. Escucho muy seguido las frases típicas como “Te vas a hacer famoso conmigo”, “de la próxima película le sacamos una puntita”, el inefable “págate con los derechos de autor” o el clásico “si sale el CNTV arreglamos”. Hasta te instan a postular al fondo de cultura de la música para pagar los costos u otras combinaciones menos elegantes dan gusto rechazar. Y esto sin siquiera empezar a hablar de música, de objetivos, de estilo o de emociones.

E incluso sacando de la ecuación la remuneración, la experiencia a menudo pasa de incomoda a frustrante, entre la falta de atención del director, el afán por remedar alguna banda de sonido favorita pero con poca relación con el contenido, o como cuando aparece de la nada un productor musical alfombrando la película con canciones desconectadas del contenido.

Y cuando pregunto ¿Qué paso con el director que declaraba vehementemente que la música es el 50% de su película? A veces recapacitan y se acuerda un honorario apenas apropiado. Otras, en su mayoría, se sinceran sobre el particular: La música, así como muchos otros ítems relevantes, estaban como parte del decorado del presupuesto: nunca fueron considerados como un gasto necesario. No hay presupuesto y que pase el siguiente: en todos los ítems, pues siempre habrá algún entusiasta que puede trabajar por “amor al arte”. Y si hago cuentas, de entre los que se comprometieron a pagar, difícilmente ese precio promedio solicitado por la música compuesta, producida, grabada y entregada para la mezcla final alcanza al medio por ciento del presupuesto de una película, para cubrir el tan verbalizado 50%.

Es muy distinto cuando la producción esta integrada al mercado internacional. Ahí no solo se reconoce la importancia de la música, sino que la incorporación de compositores con oficio y reconocimiento es un tema obligado para la venta y el éxito de un proyecto. Incluso llega a ser una imposición del coproductor, quien necesita tener control no solo sobre la designación, sino también participando en el largo proceso artístico y técnico que continua. Porque sabe que la música tiene el poder de levantar o derribar una película, definiendo el como el contenido se relaciona con el espectador, no solo como un subrayado funcional, sino también en aspectos mucho mas profundos a nivel dramático, dando acceso al espectador a lo que los personajes sienten y no expresan con palabras, sirviendo como la voz del director comentando, o la de un narrador acompañando al espectador, expandiendo significados no explícitos en otros nuevos e insospechados, muchas veces sincerando la película que se empezó a filmar con la película que termino siendo. Y de parte del músico, la dificultad no es solo creativa, requiere ir mucho mas allá, con años de estudios, preparación y experiencia que nunca es suficiente, porque en definitiva, y al final del día, parafraseando a Conrado Xalabarder, “A los compositores no se nos pide hacer la mejor música… se nos pide hacer el mejor cine con ella”.

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